martes, julio 11, 2006

Colapso Nervioso

Mi sangre se va marchitando
Con cada cucharada de dolor
Mis venas se van oxidando
Deja de bombear mi corazón
Reseco y acabado
El alma se me fue de las manos
Y llevo en mi pecho un puñal clavado
Furiosamente irreal
Quiero morir y no debo...
Carne de metal
Quiero vivir y no siento!!
Ópalo mordaz
Quiero sangrar y no puedo!!
Desamor infinito
Quiero llorar pero tengo
Ojos de granito

domingo, julio 09, 2006

Jirones de Desnudez

Somos halcones en la noche
Buscando a quién cazar
Éxtasis de sangre
Carne de metal

Somos halcones en la noche
Buscando a quién cazar
A veces te persigo
A veces me alcanzás
Nos mordemos, nos besamos
Y nos queremos desgarrar
Pero ya no sangramos vampiresa
Nuestra carne es de metal

miércoles, julio 05, 2006

1879

Se derrite. Se derrite, se evapora, se desvanece. Poco a poco va perdiendo fuerzas, poco a poco los invasores van ganando terreno... Él, Kataix, que pudo controlar a Xalpen, la devoradora de jóvenes, la lombriz asesina, cuando sufría en el parto de su hijo Keternen el emplumado. Él, Kataix el magnífico, Kataix el grandioso, Kataix el Sagrado, Kataix tantas cosas... Si él, Kataix, estaba siendo borrado, estaba siendo arrastrado a esa nada donde todo es sueño, donde todo es dulcemente irreal y nada más concreto que lo cierto.
Cuando su gente se topó con los invasores por primera vez, él no vio el peligro. Se dijo a si mismo que el problema estaba en el norte, donde hace calor. Se dijo a si mismo que el frío del que se refugian por las noches en sus hogares y sus pequeñas chozas de piel de guanaco, ese frío implacable sería su protector, sería el que los mantendría seguros. Y por algún tiempo tuvo razón.
Ja! Y se quejan de que son robados! Los invasores osan quejarse de que otros de los habitantes de las tierras yermas les quitan sus reces, sus armas, sus caballos, sus mujeres... Ellos! ¿Y acaso no fueron los visitantes los primeros en robar? ¿No son ellos los que continúan quitando y quitando? No se conforman con los hermosos paisajes que ya ocupan, las gentiles llanuras de las que se adueñaron por la fuerza. Quieren todo! TODO! Si pudieran, se adueñarían de todas las islas en el mar y avanzarían hasta las tierras heladas en donde el mundo termina y vuelve a empezar.Y si pudieran, incluso querrían poseer el fin del mundo.
Y él se desvanece. Kataix se pierde, se va adentrando cada vez más en esos territorios que sólo conocen los dioses olvidados, esas regiones oscuras en donde las luces no tienen origen ni destino, allí donde los hombres no tienen acceso, ese lugar al que únicamente la luna entra para ocultarse de su eterno perseguidor brillante. Sí, Kataix puede sentir el olvido venir por él. Puede sentirlo cada vez que uno de sus niños muere antes de nacer, puede sentirlo cuando sus guerreros mueren en manos de los Huincas, puede sentirlo siempre que sus mujeres lloran junto al mar.
Y él se desvanece. Y las hordas de cañones avanzan. Y los invasores cruzan la zanja disparando y disparando, cumpliendo a rajatabla las órdenes del general Roca. Y los guerreros de otros dioses mueren como hormigas, tratando de defender con valor y coraje lo que deberían defender con codicia y envidia, únicas armas eficaces contra ese enemigo. Y kataix se desvanece con cada paso, con cada centímetro que los huincas avanzan en dirección a su pueblo. Con cada cacique que se rinde y es traicionado una nota de su melodioso cuerpo infinito se pierde para siempre.
Y él se desvanece, se derrite. Las hordas de cañones avanzan tronando implacablemente, bramando y escupiendo hierro; y Kataix sabe que a su gente no le queda mucho timepo, sabe que a él mismo le queda aún menos. Y sabe también, tristemente, que cuando él desaparezca, ya no habrá nada para su gente, los Selk'nam quedarán a la merced de los hombres codiciosos, y los codiciosos no se caracterizan por compartir.
Y él se desvanece. Cada vez más su misterioso halo infinito e inmaterial entra en la penumbra sempiterna, cada vez más el mundo de los mortales se le presenta más lejano. Pero todavía le quedaban fuerzas, aunque sea un atisvo... Todavía le quedaban ánimos!
-Malditos vosotros, ocupadores -gritó con un grito eterno que resonó por más de cien años-. Malditos vosotros, ladrones de la libertad. Condenados sereis a la eterna esclavitud, pero para que esta sea aún más severa, no sabrás que son esclavos. Creed que sois grandiosos y poderosos y temidos y agachad vuestras cabezas ante los más ladrones y más avaros. Creed en vuestra inventiva y copiad los modelos de los más malvados. Creed que sois respetados e ignorad las risotadas burlonas detrás del ruido de vuestras cadenas soldadas con oro.
Y dicho esto Kataix respiró, estando seguro de quer sería su último aliento. Su tiempo se había agotado, la puerta de entrada al otro lado estaba abierta de par en par. Con una última mirada misericordiosa contempló a su hermoso pueblo, siempre humilde y a la vez orgulloso, siempre temeroso pero a la vez con una valentía sin par. Finalmente Kataix dejó de ser, dejándo a los Selk'nam a su suerte.
Pero también al escaparse les dejó algo: la posibilidad de seguirlo. Cuando llega el momento de cada Selk'nam, él sabe que puede irse en paz al infinito donde no existen placeres ni sufrimiento, donde lo único que hay es una maravillosa melodía eterna.